Por: Adela Atugue
Hace ya unos cuantos días, tuve una tarde un poco triste con la presentación de Juanes en La Habana. Por un lado tenía mucha rabia por la forma en que se presentaba en los medios colombianos, y por otra parte tenía tantas preguntas y contradicciones dentro, de cierta forma tenía miedo, un miedo extraño.
Tantas dudas y a la vez tanta rabia, sabía que las cosas que allí decían eran falsas. Pensaba en los jóvenes, en la plaza, y en mis amiguitos de la escuela que seguro estaban allí bailando, y que en algún momento debieron acordarse de mi, y seguro habían ido con la idea de pedir la paz para Colombia, el país de donde yo tuve que huir, para el país del que les hablaba, por el que algunos días me veían llorar, del que no comprendían mucho, el que parecía para ellos solo una leyenda, una historieta que yo contaba.
Y veía la plaza llena, y oía las voces de unos personajes para mi poco queridos, a los que realmente no les tengo mucho respeto, y oía sus palabras dobles, tan faltas de realidad, tan poco dignas de ellos, tan vacías. Eso me daba mucha rabia, porque sabía que mucha gente los estaba tomando por serios, y que mis amigos de la escuela estaban allí bailando sin saber lo triste que podía ser para mí.
Después, hubo un momento en que cortaron la transmisión, “casualmente” en el momento en que estaba cantando Silvio seguido de Aute, a ellos no se les escuchó. Comencé a pensar las cosas un poco más tranquilamente, y recordé de la infamia de los medios colombianos: cuánto critican de Cuba la libertad de expresión, qué poco hablaron del contenido político del concierto, pero (en cuba-ñol) con qué cara más dura interrumpían las imágenes cuando se hablaba desde las otras posiciones. ¡Qué terrible concepto de libertad se tiene de este lado!
Entonces, cuando pensé un poco más acerca de la concepción que se tiene aquí de libertad, pude entender mejor lo que pasaba. Recordé que en Cuba la libertad es tan real que se puede bailar horas sin ninguna otra preocupación. Recordé que cuando llegué a Cuba, lo que más me asombró fue que yo, con 12 años, pudiera ir sola lejos de la casa, que además mis amiguitos fueran acompañándome sin ningún miedo, y -lo más extraño- que me acompañaran a recoger y no a comprar el pan. Recuerdo que en ese momento me sentí muy extraña: Habían roto todas las reglas que yo tenía que seguir, pero no había nada de malo en ello, no había que temer, ni que ocultarse, no había ni siquiera que tener dinero; entonces los vi correr por las calles sin ningún miedo, y sentí que podía ser realmente una niña, sin preocupaciones, solamente tenía que jugar, realmente sentí que podía ser libremente lo que soy.
Esa enseñanza que me dieron los niños de la cuadra, me la volvían a dar años después: Tan confiados de si, tan alegres de si, tan orgullosos y amantes de si, volvían a hablarme y me explicaban que para ellos la libertad es tan tangible que se puede bailar, con ritmos, sin problemas.
Es difícil para los que están afuera poder comprender cuanto orgullo, a pesar de todo lo que se pueda decir, había allí, cuánto bailaba la dignidad: ¡Quién si no el más digno puede permitirse los placeres de ese baile tan problematizado y temido desde afuera, y tan cotidiano y simple desde adentro! Bailar sin más razón, tan apolíticamente, por que a pesar de lo que se piensa afuera sobre la paz, los jóvenes cubanos pueden disfrutarla, al contrario de lo que pueden decir aquí los jóvenes desplazados, que ya ni juventud tuvieron, síno sangre en sus pies. Pero de ellos lamentablemente, tampoco se dijo, ni se dice nada.
El tan rimbombante y libertario postmodernismo se lo bailaron las caderas de La Habana: ¡Qué poco saben estos apolíticos de la verdadera libertad que tiene un joven de beberse el mar y “coger la guagua y más na´”, de la libertad que se lleva dentro, tan natural desde que se es pionero cuando se busca el pan en la bodega (qué diferente es para un niño aquí en Colombia buscar el pan, vender su cuerpo, su alegría, su vida por comida)!.
Tan real es su libertad, tan real es su paz, que pueden los jóvenes cubanos darse el lujo de bailarle al mundo tranquilamente, y no ver en ello, al contrario de los comentaristas internacionales, mayor importancia que la de “gozar”. Estos comentaristas nunca tuvieron libertad y por eso se asombran y tergiversan intentando explicarse lo que un joven o un niño cubano piensa, siente y vive de la libertad y la paz. No saben, en su hueco mundo, lo que había detrás del único coro total que hubo en la plaza, del único coro que todos sabían bailar y recitar a cualquier ritmo, el grito de Martí, que aunque no apareció en las pantallas, estuvo allí, gritó desde la gente: ¡cultivo una rosa blanca! Gritó de la fuerza de sus jardines, a pesar de la tierra rojiza, la fuerza del guajiro que cultiva a rayo de sol, de la fuerza y la alegría de los jóvenes que bailaron sin más preocupaciones durante horas (¿Qué joven en el capitalismo pudiera darse el lujo de no tener preocupaciones, esas creadas por la "libertad de elegir"?, ¡Cuánta guerra y condena hay en su elección! ).
Entonces comencé a pensar mejor las cosas, aquí no se sabe de la dignidad, poco conocerán los locutores de ella, y aún menos de la alegría dada por la libertad que tiene un pueblo de no cultivar cardo, ni oruga, ni armas, ni bombas, ni medios, sino una rosa blanca, como su estrella, sino de bailarle al mundo, de darle al cruel una rosa blanca, moviendo al son del mar sus “sabana blancas”. Entendí que: La habana, no en el concierto, sino en su resistencia cotidiana, regala al mundo el ejemplo de libertad.
Cuando leí el artículo de Santiago Alba Rico sobre este tema pude pensar con más calma. Quería que alguien reflexionara un poco acerca de esto, y temía las respuestas un poco resentidas, como las de Carlos Alberto Ruiz (que comprendo, en parte por la indignación respecto a la situación de Colombia, y porque en un momento tuve un poco esa tristeza que veo en su artículo). Estas lecturas me dieron más ganas de cambiar las cosas y de darle, desde lo poco que tengo, más fuerza a Cuba, y a esa juventud que me enseña, y que espero pueda seguir siéndose tan simplemente libre, pero que por supuesto desde esa libertad pueda mejorar, se piense, se pregunte y actúe cada vez con más fuerza.
Ahora, días después de haber escrito lo anterior, siento de nuevo esa indignación, y quiero contar un poco de estas otras tristezas (que espero dejen de ser pronto) para compartirlas y combatirlas:
Hoy en mi universidad, después de varios días de discusiones internas, y un par de marchas en la ciudad, tuve que vivir el otro lado de la libertad. Esa parte de la que no se habló en el concierto, ese lado que por fortuna los jóvenes cubanos no han tenido que vivir.
Hoy volví a sentir esa indignación frente a los discursos, las palabras a las que se les da tanta o tan poca relevancia, las palabras empobrecidas por los objetivos de quien convenga. Hoy me vuelven a doler esas palabras tergiversadas: Me convertí en un grupo de secuestradores, y yo no me enteré. Hoy, como desde hace mucho, la protesta se volvió terrorismo, y el terrorismo libertad y justicia.
Hoy nos acusaron de secuestro, como criminales que violan los derechos, la libertad; Hoy un grupo de estudiantes y con ellos todos los estudiantes de La Nacho (forma cariñosa de Universidad Nacional de Colombia), nos volvimos secuestradores. Estábamos pidiendo por un dialogo justo, que ya se había pedido por otros medios, pero que no había tenido respuesta; no creo que la acción fuera la correcta, pero, por muchos errores que tuviera, no es comparable con el término que se le ha dado, con el sello que nos han puesto a los estudiantes, y mucho menos es comparable con la realidad que allí se vivió.
Al llegar a un acuerdo entre el rector y los estudiantes (según el que se discutiría sobre el quiebre de la universidad, entre otros problemas no menos relevantes, y según el que la policía no entraría al Campus Universitario), este fue “liberado”, mientras otros éramos acorralados: La policía, y el ESMAD, (que tenían rodeada ya la universidad, por orden del presidente) entró atacando a los estudiantes que iban saliendo pacíficamente, como durante todo el día, hacia sus casas. Atacaron y acorralaron a cientos de estudiantes en la Plaza Che, pobre de su imagen cuando nos tenía allí abajo huyendo de la policía, sin poder hacer nada.
Ahora, he visto el noticiero, otra vez, lo que pienso se me ha revolcado un poco y he vuelto a tener esa tristeza; he sentido tanta tristeza, de tantas mentiras, de tanto dolor, y tanto miedo.
En las noticias se hablaba de secuestradores, pero nunca se dijo que no solo los estudiantes acorralaban al director (ellos sin armas, él en un carro blindado) sino que también, fuera del Campus la policía acorralaba los estudiantes: ellos con todo un equipo antimotines, ellos con la legitimidad dada por el presidente de entrar a la Universidad (aunque el director ya no estaba “secuestrado”) y llevarse unos 20 estudiantes sin seguir ningún proceso jurídico. Y como si fuera poco, que horas después, entrara a la universidad, por primera vez en todos sus años de mandato, el presidente Uribe (no se sabe ni por qué, ni a qué, pues entró cuando ya todo había pasado y habían desaojado la universidad para él, un puro acto simbólico, diría yo) cínicamente a hablar de libertad, a declarar que se había cometido un secuestro, y que este debía ser castigado “con todo el peso de la ley” sobre los terroristas.
Sentí tanta tristeza cuando lo vi, en mi universidad, que está toda pintada por los estudiantes, con rayones y dibujos hasta en el piso, dibujos de niños que nunca tuvieron la libertad de los cubanos, y pintan entonces en el único espacio de la ciudad donde pueden ser libres. Y ese hombre hablaba allí y nos acusaba, y condenaba, a los detenidos, a ser castigados como violadores de los derechos, pero no decía nada, ni de sus negocios de reelección, ni de las bases, ni de su autorización a la policía que entró golpeó, llenó de gases y corrió a estudiantes durante unas 3 horas, ni se dijo nada de tantas cosas.
Yo creo que los estudiantes (a los que La defensoría del pueblo no acompañó, mientras si lo hizo con el rector “secuestrado”) estuvieron realmente secuestrados, más que eso golpeados. Siento que es el país, la juventud los realmente privados de libertad, y además violentados, tantos, en tantos lugares y de tantas formas.
Que diferente es para un cubano bailar la libertad, y que difícil es para un colombiano pensarla, tan siquiera buscarla mientras se lucha por la educación, por la comida, y se corre por la vida: ¡Qué difícil pensarse secuestrador cuando se es privado de derechos!. Pero que tristemente fácil es para los medios mostrar la libertad, blanca y hermosa, tanto en la boca de Juanes como en la del presidente.
Sigo queriendo que un día, los colombianos, los jóvenes del mundo, podamos bailar en vez de huir, cantar en vez de gritar, espero que un día la libertad deje de ser una palabra que se rellena con desechos.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=93660
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